Cada año, cuando llega este día, hago una reflexión sobre esta profesión que elegí a los 17 años.
Cuando uno se inscribe en la Facultad de Derecho, sobre todo si lo hacés cuando estás terminando el secundario, no tenés mucha noción de lo que es la vida real de un abogado/a.
A lo largo de estos 19 años de profesión, pasé por muchas etapas: los comienzos, muy duros cuando uno no tiene contactos ni “hereda” un Estudio. Empezar a hacerme una clientela, conseguir mi primera oficina. Enfrentarme con cuestiones del día a día, como el desprestigio social que para mucha gente tiene esta profesión.
Por otra parte, la satisfacción de lograr que una persona haga efectivo su derecho. Cuando el cliente te agradece porque mejoró su calidad de vida —en mi caso, cuando a un jubilado le reajustan el haber mensual o cobra el retroactivo de su juicio, o cuando lográs una prestación de salud—.
Tuve una etapa en la que pensé que me había equivocado de profesión. Fueron muchos años de sufrir porque no me sentía realizada con lo que hacía, con el maltrato que recibía en dependencias públicas.
Creo que el problema principal de la abogacía es que el abogado independiente se encuentra muy solo. En el ejercicio diario, cada uno se va “amoldando” a una realidad y eso nos lleva a “naturalizar” cosas que, en otras actividades, no ocurrirían.
⚠️ Que para ingresar un expediente tengas que discutir con un empleado público acomodado, que en diciembre tu preocupación sea que se libren los giros porque sino, no cobrás hasta febrero. Que haya gente que considere que nuestro trabajo es gratuito y que encima nos maltraten. Que la regulación de nuestros honorarios se encuentre, a veces, en manos de quienes creen “deshonesto” que un abogado quiera vivir dignamente de su trabajo.
Tenemos mucho por hacer para mejorar nuestra calidad de vida como abogados y abogadas.
Desde hace un tiempo decidí que tenía dos opciones: continuar en la queja, arruinarme la calidad de vida… o tomar acción y tratar de mejorar las cosas.
Hoy puedo trabajar desde distintos ámbitos —educativos, gremiales y también en mi propio ejercicio— para ayudar a quienes recién empiezan y motivar a quienes, después de muchos años, se sienten decepcionados de la profesión. Incluso litigo con el objetivo de sentar jurisprudencia y no callarme ante la injusticia, aunque sea difícil compatibilizarlo con un ejercicio “rentable” de la abogacía.
En este camino me encontré con colegas que luchan, otros que a veces bajan los brazos y con quienes nos motivamos mutuamente, y esos momentos de satisfacción en que lográs hacer justicia y sentís que “hoy fuiste el mejor abogado que podías ser”.
Hoy, luego de 19 años, vuelvo a elegir esta profesión cada día. No porque no pueda hacer otra cosa, sino porque no me imagino mi vida sin ser ABOGADA.
Sigamos luchando por:
✔️ Revalorizar la función del abogado independiente
✔️ Cobrar honorarios dignos
✔️ Tener una mejor calidad de vida
Y recordemos siempre: somos la garantía última de que, en un sistema republicano, se respeten los derechos de las personas.
🙌 ¡Feliz Día del Abogado!
Cintia Coturel